4 de marzo de 1939
Además de ser la esposa de Lenin -lo que por cierto no fue accidental - Krupskaia fue una personalidad destacada por su devoción a la causa, su energía y la pureza de su carácter. Indudablemente fue una mujer inteligente. Sin embargo, no es sorprendente que su pensamiento político no se haya desarrollado independientemente mientras estuvo con Lenín. Tuvo demasiadas ocasiones para convencerse de la corrección del pensamiento de él, y se acostumbró a confiar en su gran compañero y dirigente. Después de la muerte de Lenin la vida de Krupskaia sufrió un vuelco extremadamente trágico. Fue como si tuviera que pagar por toda la felicidad que le había tocado en suerte.
La enfermedad y la muerte de Lenin -esto tampoco fue accidental- coincidieron con el punto de ruptura de la revolución y el comienzo del Termidor. Krupskaia quedó muy confundida. Su instinto revolucionario entró en conflicto con su espíritu de disciplina. Intentó oponerse a la camarilla de Stalin y en 1926 formó parte durante un breve lapso de las filas de la Oposición. Atemorizada por la perspectiva de ruptura, se alejó. Perdida su confianza en sí misma, se desorientó completamente, y la camarilla dirigente hizo todo lo posible por quebrar su moral. Superficialmente se la trataba con respeto, casi se le rendían honores. Pero dentro del aparato sistemáticamente se la desacreditaba, se la calumniaba y se la sometía a indignidades, mientras que entre los jóvenes comunistas se difundían los escándalos más absurdos y groseros respecto a ella.
Stalin siempre vivió con el temor de que ella protestara. Sabía demasiado. Conocía la historia del partido y el lugar que allí ocupaba Stalin. Toda esa historiografía reciente que coloca a Stalin junto a Lenin no podía menos que resultarle repugnante e insultante. Stalin temía a Krupskaia como temía a Gorki. Vivía rodeada por el cerco de hierro de la GPU. Sus amigos desaparecían uno a uno; los que tardaban en morir fueron asesinados abierta o secretamente. Se controlaba cada paso que daba. Sus artículos aparecían en la prensa recién después de interminables, insoportables y degradantes negociaciones entre los censores y la autora. Se la obligaba a enmendar su texto, ya sea exaltando a Stalin o rehabilitando a la GPU. Es evidente que muchos de los más viles agregados de ese tipo se hicieron contra la voluntad de Krupskaia e incluso sin su conocimiento. ¿Qué recurso le quedaba a la infortunada y aplastada mujer? Completamente aislada, con una piedra sobre su corazón, sin saber qué hacer, enferma, arrastraba su pesada existencia.
Parece que Stalin perdió el gusto por armar juicios sensacionales que lograron exponerlo ante todo el mundo como la figura más sucia, más criminal y repulsiva de toda la historia. Sin embargo, no queda excluida la posibilidad de que se prepare un nuevo juicio, en el que los nuevos acusados relaten cómo los médicos del Kremlin, bajo la dirección de Iagoda y Beria,[2] tomaron medidas para apresurar el fin de Krupskaia... Pero es indudable que, con o sin ayuda de los médicos, las condiciones a las que la sometió Stalin abreviaron su vida.
Nada más lejos de nuestra intención que criticar a Nadezda Konstantinova por no haber sido lo suficientemente decidida como para romper abiertamente con la burocracia. Personalidades políticas mucho más independientes que ella vacilaron, trataron de jugar a las escondidas con la historia y perecieron. Krupskaia se sentía muy atada por su sentido de la responsabilidad. Personalmente tenía el coraje necesario; le faltaba coraje mental. Con profunda tristeza despedimos a la leal compañera de Lenin, a una revolucionaria irreprochable y a una de las figuras más trágicas de la historia revolucionaria.
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